Cuando terminé Derecho los amigos me preguntaban y ahora qué, vas a estudiar judicatura o notarías y yo tiraba de sarcasmo (para esconder mi absoluta convicción de que no aprobaría ni en tres vidas que tuviera) y respondía que notario no quería ser porque siempre tendría por encima al Registrador de la Propiedad cuya primera y casi única misión es tocarle los cojones al notario y enmendarle los papeles y sobre la posibilidad de ser juez e impartir justicia, mi respuesta era siempre la misma: qué tendrá que ver la justicia con el derecho.
Ironías aparte, siempre he tenido pavor sobre la prerrogativa que damos a los jueces, que no es el hecho de aplicar la ley sino de algo que va justo antes de dictar sentencia y es la valoración de la prueba. Al pleito van las partes, cada una con su pretensión, a intentar demostrar y acreditar que la razón es suya. Y es su señoría quién ante la evidencia de testigos, documentos, declaraciones y demás medios válidos en derecho, decide quién se lleva el gato al agua (espero no meterme con esto en el jardín animalista y juro que el gato no ha sido maltratado).
Pues todo lo anterior viene a cuento de la llamada Ley del sí es sí, en la que, por cuestiones ideológicas, se intenta dirimir el consentimiento en algo meridianamente claro, sin duda ni matices. O sí o no.
La misma vida nos enseña al madurar que las cosas no suelen ser blancas o negras (ojo al jardín de razas o etnias…) que hay un sinfín de tonalidades y zonas grises y que blanco puede ser blanco roto o gris perla o color “carne” ( aquí está de nuevo el jardín porque no todas las carnes son del mismo color). Y en esto de las relaciones sexuales “consentidas” se pueden dar cientos de situaciones en las que ese consentimiento tenga o adolezca de matices.
Algunos dicen que esta ley convierte a los hombres en presuntos culpables. Tampoco quiero yo convertir a todas las mujeres en presuntas denunciadoras falsas pero no quiera dios que yo tenga que decidir, como juez o jueza, el litigio entre el que dice que el morreo fue o no consentido.
No entro en situación de aquellas parejas con cierta estabilidad que casi programan sus polvos en los sábados sabadetes, sino en todos los otros, muchos de aquí te pillo, aquí te mato, mucha mezcla de fiestuki, alcohol y alegría en la que muchas veces la cosa llega a las manos, cortando las dos orejas ( jardín taurino) o al menos intentando la faena de aliño.
A nadie se le escapa que unos besos, unas caricias y un jugueteo puede irse de madre (jardín progenitor) A nadie se le escapa que unos y otras, otras y unos, calentitos y calentitas, no se van a cortar el rollo del tonteo con firme usted aquí que consiente. Vamos, que en el apareamiento repentino con la cabeza turbada y la sangre hirviendo no suele ser el mejor momento para exigir una declaración expresa de que usted consiente ceder sus datos para publicidad comercial.